¿Se salvan todos? – A. Royo

La cuestión de la salvación eterna de las almas es una de las más importantes y trascendentes para la fe cristiana. ¿Qué destino les espera a los hombres después de la muerte? ¿Qué criterios usa Dios para juzgarlos? ¿Qué papel juega la gracia divina y la libertad humana en el proceso de salvación? ¿Qué esperanza podemos tener de que Dios quiera salvar a todos los hombres, sin excepción?

Estas y otras preguntas son las que aborda el libro “¿Se salvan todos?” del dominico Antonio Royo Marín, uno de los más prestigiosos teólogos españoles del siglo XX. El autor, que ya había tratado este tema en su obra “Teología de la salvación”, ofrece en este libro un estudio teológico sobre la voluntad salvífica universal de Dios, basado en la Sagrada Escritura, el magisterio de la Iglesia y la tradición de los Padres y Doctores.

Ficha técnica

  • Autor: Antonio Royo Marín, O.P.
  • Temática: Teología dogmática, escatología, soteriología.
  • Editorial: Biblioteca de Autores Cristianos (BAC).
  • Año de edición: 1995.
  • Número de páginas: 192.

Comentario del libro “¿Se salvan todos?”

El libro se divide en tres partes. En la primera, el autor analiza la respuesta que dio Jesucristo a la pregunta que le hicieron: “¿Son pocos los que se salvan?” (Lc 13,23). Royo Marín concluye que Cristo no quiso dar una respuesta directa, sino que invitó a sus oyentes a entrar por la “puerta estrecha” y a seguir el “camino angosto” que conduce a la vida eterna (Mt 7,13-14). El autor afirma que Cristo evitó tanto la afirmación como la negación para no caer ni en el rigorismo ni en el laxismo, y para no quitar el mérito de la cooperación humana con la gracia divina.

En la segunda parte, el autor expone su tesis optimista sobre la salvación de las almas, basada en diez argumentos fundamentales. Estos son:

1. La misericordia infinita de Dios.

Dios es amor (1 Jn 4,8) y su misericordia es eterna (Sal 136). Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva (Ez 18,23). Dios perdona hasta setenta veces siete (Mt 18,22) y hace salir su sol sobre buenos y malos (Mt 5,45).

2. La justicia misma de Dios.

Dios es justo (Sal 11,7) y no hace acepción de personas (Hch 10,34). Dios retribuye a cada uno según sus obras (Rom 2,6) y no deja sin premio ni sin castigo a nadie (Heb 11,6).

3. La voluntad salvífica universal de Dios.

Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1 Tim 2,4). Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él (Jn 3,17). Dios es paciente con nosotros, no queriendo que nadie perezca, sino que todos lleguen al arrepentimiento (2 Pe 3,9).

4. El misterio de la divina predestinación.

Dios predestinó desde antes de la creación del mundo a aquellos que quiso para ser hijos suyos por adopción en Cristo Jesús (Ef 1,4-5). Dios llama eficazmente a los predestinados y los justifica gratuitamente por su gracia (Rom 8,30). Dios conoce desde siempre quiénes son los suyos y les da las gracias necesarias para perseverar hasta el fin (2 Tim 2,19).

5. La redención sobreabundante de Jesucristo.

Cristo murió por todos los hombres (2 Cor 5,14) y dio su vida como rescate por muchos (Mt 20,28). Cristo es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Jn 1,29) y el único mediador entre Dios y los hombres (1 Tim 2,5). Cristo es el Salvador de todos los hombres, especialmente de los creyentes (1 Tim 4,10).

6. La intercesión de María, abogada y refugio de pecadores.

María es la madre de Dios y de los hombres (Jn 19,26-27) y la llena de gracia (Lc 1,28). María es la corredentora con Cristo (Ap 12,1-2) y la medianera de todas las gracias (Lc 1,38). María es la abogada de los pecadores (Jn 2,3-5) y el refugio de los afligidos (Sal 46,2).

7. La responsabilidad subjetiva del pecador.

Dios respeta la libertad humana y no fuerza a nadie a creer o a amarle. El hombre es responsable de sus actos y de sus consecuencias. El pecado es una ofensa a Dios y una falta contra el amor. El pecado mortal es una ruptura de la amistad con Dios y una pérdida de la gracia santificante. El pecado venial debilita el amor a Dios y merece un castigo temporal. El pecado original es la herencia del primer pecado de Adán y Eva, que afecta a toda la humanidad con una inclinación al mal y una privación de la justicia original.

8. Las gracias de última hora.

Dios no abandona nunca al pecador, sino que le ofrece siempre su gracia para que se convierta. Dios concede al pecador las gracias suficientes para que pueda salvarse, si coopera con ellas. Dios da al pecador las gracias de última hora, en el momento de la muerte o antes, para que pueda arrepentirse y recibir el perdón. Dios puede iluminar al pecador con una luz interior que le haga ver su estado y su necesidad de salvación. Dios puede inspirar al pecador un acto de contrición perfecta que le reconcilie con él.

9. Las penas del purgatorio.

Dios purifica a las almas que mueren en estado de gracia, pero con alguna culpa o pena temporal no satisfecha, en el lugar o estado llamado purgatorio. El purgatorio es una misericordia de Dios que permite a las almas expiar sus faltas y alcanzar la santidad necesaria para entrar en el cielo. El purgatorio es también una justicia de Dios que exige a las almas reparar el daño causado por sus pecados. El purgatorio es un fuego de amor que quema y purifica a las almas con el deseo ardiente de ver a Dios. El purgatorio es una comunión de los santos que une a las almas con la Iglesia triunfante y militante, que pueden ayudarlas con sus oraciones e indulgencias.

10. La eficacia infalible de la oración.

Dios escucha siempre la oración hecha con fe, esperanza y caridad. Dios concede lo que le pedimos conforme a su voluntad y a nuestro bien. Dios nos manda orar por todos los hombres, especialmente por los más necesitados. Dios se complace en la oración por las almas del purgatorio, que pueden ser liberadas por nuestra intercesión. Dios se glorifica en la oración por los pecadores, que pueden ser convertidos por nuestra súplica.

Conclusión

El libro “¿Se salvan todos?” es una obra magistral que ofrece una visión esperanzada y razonada sobre la salvación eterna de las almas. El autor demuestra con solvencia teológica que Dios quiere salvar a todos los hombres y les da los medios necesarios para ello, sin violar su libertad ni su justicia. El autor invita al lector a confiar en la misericordia divina, a colaborar con la gracia salvífica y a orar por todos los hombres, especialmente por aquellos que más lo necesitan.

El libro es un estímulo para vivir con alegría y responsabilidad nuestra vocación cristiana, sabiendo que somos hijos amados de Dios, llamados a ser santos y a participar de su gloria eterna.

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