Vía Crucis – Joseph Ratzinger
La Cuaresma es un tiempo de conversión y de renovación de la fe, en el que la Iglesia nos invita a contemplar el misterio de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. Para ello, una de las devociones más populares y arraigadas es el Vía Crucis, el camino de la Cruz, que nos permite seguir los pasos del Señor desde el pretorio de Pilato hasta el Calvario, meditando en cada estación sobre el significado de su entrega por amor a nosotros. En este libro, el cardenal Joseph Ratzinger, que luego sería el papa Benedicto XVI, nos ofrece unas profundas y bellas reflexiones sobre el Vía Crucis, que él mismo presidió en el Coliseo de Roma en el año 2005.
Ficha técnica
- Autor: Joseph Ratzinger (Benedicto XVI)
- Temática: Espiritualidad cristiana
Comentario del libro «Vía Crucis de Joseph Ratzinger»
El grano de trigo que muere y da fruto
El tema central de este Vía Crucis es la comparación que hace Jesús entre su vida y la del grano de trigo, que solamente mediante la muerte llega a producir fruto. Así lo dijo el Señor el Domingo de Ramos, poco antes de entrar en Jerusalén, donde iba a ser crucificado: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, dará mucho fruto» (Jn 12, 24). Con estas palabras, Jesús interpreta todo su itinerario terrenal como el proceso del grano de trigo, que se entrega a la tierra para germinar una nueva vida. Interpreta su vida, su muerte y su resurrección, en la perspectiva de la Santísima Eucaristía, en la que se sintetiza todo su misterio. Puesto que ha consumado su muerte como ofrecimiento de sí, como acto de amor, su cuerpo ha sido transformado en la nueva vida de la resurrección. Por eso él, el Verbo hecho carne, es ahora el alimento de la auténtica vida, de la vida eterna. El Verbo eterno, la fuerza creadora de la vida, ha bajado del cielo, convirtiéndose así en el verdadero maná, en el pan que se ofrece al hombre en la fe y en el sacramento.
El camino de la Cruz como escuela de fe y de amor
El Vía Crucis no es una simple devoción sentimental, sino una escuela de fe y de amor, que nos enseña a seguir a Jesús hasta el final, a compartir su sufrimiento y a participar de su gloria. Así nos lo advierte el Señor en la octava estación, cuando se encuentra con las mujeres de Jerusalén que lloran por él: «No lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos» (Lc 23, 28). No basta el simple sentimiento; el Vía Crucis debería ser una escuela de fe, de esa fe que por su propia naturaleza «actúa por la caridad» (Ga 5, 6). Lo cual no quiere decir que se deba excluir el sentimiento. Para los Padres de la Iglesia, una carencia básica de los paganos era precisamente su insensibilidad; por eso les recuerdan la visión de Ezequiel, el cual anuncia al pueblo de Israel la promesa de Dios, que quitaría de su carne el corazón de piedra y les daría un corazón de carne (cf. Ez 11, 19). El Vía Crucis nos muestra un Dios que padece él mismo los sufrimientos de los hombres, y cuyo amor no permanece impasible y alejado, sino que viene a estar con nosotros, hasta su muerte en la cruz (cf. Flp 2, 8). El Dios que comparte nuestras amarguras, el Dios que se ha hecho hombre para llevar nuestra cruz, quiere transformar nuestro corazón de piedra y llamarnos a compartir también el sufrimiento de los demás; quiere darnos un «corazón de carne» que no sea insensible ante la desgracia ajena, sino que sienta compasión y nos lleve al amor que cura y socorre.
El Vía Crucis como camino hacia la comunión con Jesús
El Vía Crucis es también un camino que se adentra en el misterio eucarístico, la fuente y la cumbre de la vida cristiana. La devoción popular y la piedad sacramental de la Iglesia se enlazan y compenetran mutuamente. La oración del Vía Crucis puede entenderse como un camino que conduce a la comunión profunda, espiritual, con Jesús, sin la cual la comunión sacramental quedaría vacía. El Vía Crucis se muestra, pues, como recorrido «mistagógico», que nos introduce en el misterio de Cristo, presente y actuante en la Eucaristía. En cada estación, el cardenal Ratzinger nos invita a contemplar el rostro de Jesús, a escuchar su palabra, a adorar su cuerpo, a unirnos a su sacrificio, a recibir su gracia, a seguir su ejemplo, a esperar su resurrección. Así, el Vía Crucis se convierte en una escuela de amor eucarístico, que nos prepara para celebrar la Pascua con un corazón renovado.
Conclusión – «Vía Crucis de Joseph Ratzinger»
El libro “Vía Crucis” de Joseph Ratzinger es una obra maestra de la espiritualidad cristiana, que nos ayuda a profundizar en el sentido de la pasión de Cristo y en su relación con la Eucaristía. El autor, con su gran conocimiento teológico y su sensibilidad pastoral, nos ofrece unas meditaciones que iluminan nuestra fe y avivan nuestro amor. Se trata de un libro que no solo se lee, sino que se reza, que no solo se estudia, sino que se vive. Un libro que nos acompaña en nuestro camino de conversión y de seguimiento de Jesús, el grano de trigo que muere y da fruto, el pan de vida que se entrega por nosotros.